Marcos Límenes libros
Un capítulo de VESTIDOS BAJANDO POR LA ESCALERA
Ayudado por un
hombre corpulento de mediana edad un anciano desciende lentamente por las
escaleras. El trayecto, que comprende tres pisos, dura cuarenta y cinco minutos
aproximadamente. Eso es todo, o casi todo, ya que el anciano debe volver a su
departamento y eso implica remontar el camino.
En el
transcurso de esos cuarenta y cinco minutos ve pasar a gente de todas las
edades, algunos en más de una ocasión. Son sus vecinos, de los departamentos
contiguos o bien, visitantes ocasionales. Contemplada desde fuera, a través de
la lente de una cámara, la escena ilustraría perfectamente el concepto de
velocidad: la silueta de los dos hombres se distingue claramente entre las
manchas informes, fantasmagóricas, de los viandantes habituales.
Subir o bajar
un escalón apenas ocupa nuestra atención. Los niños y jóvenes pueden hacerlo de
dos en dos o un tramo completo, para así comprobar sus habilidades y alimentar
la fantasía. Sin embargo basta que se descomponga el ascensor para que el
adulto sienta el rigor de los escalones de más.
Subir o bajar
un sólo escalón representa para este pobre hombre un esfuerzo brutal. Aún con
la ayuda de otra persona sus endebles piernas se resisten a obedecer. Cada paso
requiere de toda su concentración. Regresar al departamento representa la única meta posible,
un premio al esfuerzo cuya gloria apenas dura toda vez que sabe bien que el
ciclo habrá de repetirse al día siguiente.
Tiempo y
energía. Espera y recarga. Al igual que Sísifo nuestro personaje tiene en la repetición
su infierno en la Tierra. Y todo, absolutamente todo, se subordina a esta
rutinaria actividad. Podría sin embargo renunciar a ello, olvidarse del
exterior y permanecer recluido en su departamento. Tirar la toalla, declararse
inútil. Ayuda no le faltaría. Pero aquello significaría la muerte en vida y
este hombre si a algo le teme es al seco sonido de la huesuda remontando la
escalera.
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