Un capítulo de ANTES DE LA BATALLA

Última Función

   Tengo grabada en mi mente la escena de una película vista hace mucho tiempo. Ifigenia, del director griego Michael Cacoyannis. Es la escena más larga que me ha tocado ver en el cine: un nutrido grupo de guerreros griegos espera en una playa la orden para ir a la guerra. Cientos de barcos los aguardan para zarpar a Troya pero la ausencia de viento les impide partir. Portan sus pesadas armaduras, cascos y lanzas que relucen al sol del mediodía.            
   Han esperado por mucho tiempo, más de lo soportable, sin embargo no llega la instrucción. Su líder se encuentra ausente consultando el oráculo, a los adivinos; los zopilotes revolotean sobre el frágil cuerpo de su hija. Reina el desconcierto. Se pierde la compostura. Uno a uno los bravos guerreros van cediendo al calor y el tedio. Se derriten sobre la abrasante arena. Todo esto sucede con extrema lentitud, la cámara recorre los hermosos cuerpos y los rostros sudados. Bronce y piel, mar y sueño. Un long shot interminable que integra todo en un solo fresco. Es cine, pero es también pintura que respira apenas, que casi no se mueve. Es escultura clásica pero también regodeo homosexual: demasiado cuerpo masculino por demasiado tiempo. El atento cinéfilo se extravía en esa masa corporal, pierde el hilo narrativo, hasta olvida que se encuentra sentado en un cómodo sillón. De repente se vuelve perceptible la respiración de los demás, el nerviosismo imperante, el reclamo colectivo apenas contenido. Es grande el esfuerzo intelectual demandado por el director.        
No recuerdo las escenas subsecuentes, pero seguramente la bella Ifigenia, fiel al mito, se elevó transformada en una nube cediendo su lugar a un carnero para ser inmolado en su lugar; los bravos guerreros habrán recibido finalmente la orden de avanzar gracias a los vientos favorables y así cumplir su heroico destino frente a los muros de Troya. No sabría decir si la película es buena o mala, sin embargo aquella única escena la he guardado como un tesoro.

     Pero ¿por qué esta película? ¿Por qué esta escena y no otra? La respuesta inmediata sería que por su fuerza visual, además de la inusitada longitud de la misma. Pero algo más sería necesario para haberse incrustado de esa forma en mi memoria. El asunto de la espera, probablemente. El tiempo estirado hasta el infinito mientras los hombres aguardan la orden de partir. Existe sin embargo una carga adicional: el tiempo suspendido en la mencionada escena tiene un halo de grandeza, algo de solemne y sagrado. Aguardar la orden de partir a la guerra no es un asunto que pueda tomarse a la ligera.

     De hecho la situación se repite en multitud de películas: los marines norteamericanos en las horas previas al desembarco en Normandía en la multipremiada Rescatando al Soldado Ryan de Steven Spielberg; los apaches bailando la danza de la guerra antes de salir a combatir a los carapálida en las cowboyadas, como les dice mi mujer, o en los vagos rituales de los bárbaros y romanos antes de un crucial enfrentamiento en El Gladiador hollywoodense. Sin embargo ninguna tiene la majestuosidad de los soldados griegos derritiéndose al sol.

     La luz demasiado intensa o el deslumbramiento provocado por vidrios y espejos me traen a la memoria los aceros de esos soldados griegos. En las playas vacías de nuestro Pacífico cercano se me aparecen cual espejismo sus relucientes cuerpos. Las interminables horas en las oficinas y consultorios médicos me transportan a las filas de la legión expectante. Pero todo esto es demasiado mundano. Aquella espera es grandiosa. Estos hombres van a enfrentar su destino, El Destino; saldrán vivos o muertos de la batalla. Además se han ganado a pulso, de la mano de Homero, un lugar en el panteón de los héroes, una línea con letras de oro en la historia universal. Un pase directo a la inmortalidad que otorgan los mitos y leyendas. Sin embargo, hélas, no son más que actores que por unos cuantos dracmas y el magistral trabajo fotográfico de Giorgos Arvanitis nos han permitido percibir algo muy cercano a lo sagrado.