ANTES DE LA BATALLA, EN BLANCO Y NEGRO. Víctor Becerril

Preámbulo delirante
Siendo autor, uno podría soñar con disfrazarse como “otro” para presentar  su propia obra buscando satisfacer el deseo de asegurar que todas las lecturas, todas las interpretaciones, sean exactamente o de perdida se acerquen a la suya. Siendo alguna de aquellas con las que pretende otorgarle el mejor sentido a lo que ha producido. Pues resulta que, dado que a menudo nos confunden, que Marcos tiene que explicar por qué organizó de tal o cual modo las clases de Taiji Quan y que yo tengo que disculparme por no saludar cuando paso en mi Combi blanca, esta es para mí una excelente oportunidad para presentar la obra de “otro” cuya figura sin proponérmelo a veces remplazo y viceversa, casi como si fuera mía. Hago como si nuestro probable origen común en Tesalónica, o simplemente Salónica, ya que así le llamaba mi abuelo David Montekio (su mamá era turca), como si por ser nuestras siluetas intercambiables para algunos y nuestras raíces comunes en familias Sefaradís que un día fueron Jiménez o Montejo, como si todas estas condiciones me dieran la oportunidad de presentar esta obra de “otro” como mía.  Así que digamos que, por eso y por muchas otras cosas, y en muchos sentidos, hago como que de este preludio a la batalla, algo me describe. Así que no me queda más remedio que contarlo.

Umbrales
Límenes, umbral, puerta o tal vez filo de la navaja. Generalmente ahí es en donde le gusta situarse a Marcos, cuyo nombre que evidentemente no puede ser de pila, también traza orillas, límites. Marcos dibujante, grabador, Marcos pintor, Marcos escritor o Marcos incansable conversador siempre encuentra el filoso (y peligroso) ponerse ahí en donde no hay dónde tener bien puestos los pies. Es decir, Marcos duda. Y para mí eso sí que resulta un buen comienzo.
Marcos comparte en este libro la navegación en torno a la duda del origen de su apellido, de sus ancestros y del sentido de las cosas. Los soldados esperando la orden para partir a la conquista de Troya. Figurantes derretidos por el sol. ¿Acaso, por provenir del celuloide, la intensidad de las imágenes tiene menos valor? ¿Acaso en menos intenso el instante en que esas cosas sucedían? La respuesta que me doy es no. Definitivamente no. Este es otro más de los atributos del arte, que re-presenta la realidad y la atraviesa. La trasciende al volver intemporal y eternamente duradero lo que permaneció sólo unas horas o un instante.

El espejo, el símil y el otro
Ser espejo y mirarse en el espejo. Mirar el mundo como si este fuera un espejo. El reflejo, incluso, además de mostrar la izquierda como si fuera la derecha, me pone de cabeza. Viajar intermitentemente, en sucesivas evasiones tan reales como reiterados insomnios para llegar a una ciudad desconocida y reconocerme en las imágenes virtuales y la información que ofrece Wikipedia. Ahí debe haber mil secretos sobre el origen de una filiación que le quita y le pone tilde a la í para que se pronuncie bien ya sea en hebreo, griego, yiddish, en inglés o en español. ¿Se escribe Límenes en hebreo antiguo? Pero, al no usar vocales ¿cómo se adivina esa i con o sin acento? Dudas, preguntas sin respuesta y con la puerta abierta a la imaginación.
Y de vuelta al espejo, en las letras, las palabras y los trazos de Marcos constantemente recorremos la distancia que separa la mente que se mira del reflejo que parece estar ahí sólo para informar a la mente de que ahí está, que no ha muerto o sencillamente que dado que duda, existe.

Soy, hubiera sido, sería si fuese
Imaginar el que pude o pudiera haber sido si a la especie humana no la hubieran construido cientos de miles de migrantes, si la diáspora hubiese cesado en algún momento de la historia, mucho antes o poco después del holocausto. Simple tendero que se conforma con expender productos locales y algunos de un mundo globalizado en el que lo exótico ha dejado de serlo simplemente porque contenedores inmensos surcan mares y recorren sierras y praderas inundando el mundo de té verde otrora imposible de hallar fuera de donde se cultiva.
Marcos imagina una trastienda en Salónica, la cual habría heredado o, si las cosas fueran lo que imaginamos, hubiera podido haber heredado de sus ancestros. En ella se mira cincuentón, ni triste ni entusiasta, tal vez algo sombrío. Ahí pasaría tardes morosas y tranquilas escondiendo secretos en cajones que guardan pistolas. Yo de inmediato veo el oscuro cuartito iluminado en amarillo por un foco pelón de escasos 60 watts al fondo de la inmensidad de la tienda de regalos “Los Ángeles”. Calle 16 de septiembre; acaso a un par de cuadras del Zócalo de la Ciudad de México año de 1967. Trastienda en la que mi abuelo David Montekio sacó los cacharros que hoy serían tuppers, chacharros en los que llevaba la comida que compartió conmigo en ese mi primer día de trabajo. Un día cuya grisura combinaba perfectamente con la grisura de los trajes que siempre portaba con elegancia desganada. Trastienda, Tesaloniki o México Distrito Federal. Al final de cuestas a igual. De todas maneras nos parecemos.
Y en este seguirnos pareciendo, también mi hubiera puede evocar tardes morosas cubiertas de grisura, si hubiera seguido yendo a la tienda de regalos para que años más tarde no cerrara sus pesadas cortinas metálicas. Tranvía Valle que viajaba de Mixcoac hasta el centro mucho más cerca de aquí que Salónica, de donde, por cierto, sí nos llegaban manjares exóticos: deliciosas aceitunas negras, enormes y finísimas, halvá con pistaches y los mismísimos pistaches importados por míticos amigos de mi abuelo.
Pero vuelvo a Marcos,
Página sesenta. Con un aparato cibernético en forma de huso proyecta hilos espirales de luz que le permiten reconstruirse en doble, duplicarse, encontrar al otro que es él, o de menos el camino hacia el recuerdo, ese camino que sólo un olor inesperado sabe abrir con tanta soltura e, incluso, de manera tan violenta. Un camino que descubre imposible de hallar a voluntad, sin método, sin truco ni llave maestra. Cada equis número de páginas el negro de la tinta y el vacío que deja el blanco ya sea adentro o bien alrededor dejan de prefigurar signos sonoros y se vuelve dibujo, imagen, vuelco de la mente más allá de toda realidad para por fin tocarla o creer que sí se la toca: la inaprehensible realidad que se escurre entre los dedos, como la memoria del color de un cenicero o de un auto-triciclo estacionado en la cocina.

Cine
En este libro Marcos no sólo es escritor y artista gráfico, también hace cine. Partiendo del embelesamiento que nos transmite al describir la escena de la película de Cacoyannis, Marcos proyecta imágenes cinematográficas en nuestra mente. Hace de su narración una película de detectives (incluso se disfraza de Humphrey Bogart) mueve la cámara y al camarógrafo, dispone a los actores y a los figurantes en el escenario, encuadra, utiliza grúas y convierte los paisajes mediterráneos en luz proyectada en la enorme pantalla de un cine como los de antaño, antes de que Cinépolis, Cinemex y el DVD se apoderaran de nuestra manera de compartir el séptimo arte.
La vida transcurre como la película de la cual no sólo es posible modificar el guión sino que basta simplemente decidir hacer cortes distintos, editar las mismas imágenes de manera diferente. Recordar y volver a ver al vagabundo que detiene el tránsito de la carretera desde el lente interior de su divagada divagante divagadora mente. Si la media pelota colocada sobre su cabeza es el melón de Piazzola entonces en lugar de casco de soldado se vuelve frescura mediterránea que lo liga a Panos y Kostas en busca de la aventura que promete la extranjera. La locura es la misma, sólo que vista desde otro ángulo. ¿Aquél del minotauro descabezado? ¿El de la entrada de la gruta en forma de ojo de la cerradura? El límite, la orilla, el filo de la navaja vuelven a sembrar la duda.
¿Los martillos evocan escenas de Pink Floyd? Golpean clavos, no obstante. Pero su fuerza me recuerda ese otro fascismo en forma de paredes por derrumbar. The Wall. Lejos de las grutas que pudieron ser “El” laberinto. Palas, anteojos, relojes y siluetas de mujeres, o de una pareja sosteniéndose uno a la otra. La misma “yotredad” visitada desde otra perspectiva.
El cine o la película en donde acaba la narración, las escenas de los soldados y del señor equis son espejos todos como las letras blancas sobre negro en los que tratamos de reconocernos, en los que Marcos y yo nos identificamos o yo me identifico con Marcos. Lugares que todos poblamos con nuestros sueños y ensueños o en los que nuestros sueños y delirios se permiten llenar de irreverentes significados: al final del libro estamos nuevamente en los “límenes” que unen o separan este y otros mundos. Aquí sólo hay lugar para la duda.