Enfermedad (Un capítulo de La Serpiente Roja)

Enfermedad

Ok. Estoy enfermo. Para mi familia, amigos, vecinos soy un hombre enfermo al que hay que hablarle suavemente, infundirle ánimo, darle esperanza. Yo les doy por su lado, pobrecitos, agradezco las buenas intenciones, la buena educación.
Pero, ¿soy o no soy yo?, ¿a quién se dirigen?
No soy yo señores. Mi cuerpo ha sido invadido por un extraño que lo maneja a voluntad. Ocurre como en esos sueños donde uno quiere despertar y no puede hasta que, al borde de la desesperación más absoluta logra abrir los ojos para regresar al mundo real. Solo que yo no puedo despertar.
Porque acostumbrados estamos a que el cuerpo de uno se comporta como tal. Pide y le damos, se cansa y lo dejamos tranquilo. Escucha y obedece.
La ecuación es sencilla: mi cuerpo ni escucha, ni obedece por lo tanto, no es mi cuerpo.
No puedo pedirle que se calme, que deje de hacer lo que está haciendo. No es normal que esté así de rojo, que se escame continuamente, que duela tanto. Tal parece que desde afuera algo o alguien dicta las órdenes y yo soy su esclavo. El nuevo amo no permite tregua alguna, su éxito radica en que la posesión es total.
No soy yo el que está enfermo, es el otro, lo otro.
¡Lástima que no me pueda ir de vacaciones en tanto aquello me desocupa!.

Estoy enfermo y ya. La manecilla de mi tiempo llegó a la hora que marcaba la caída. Tantas emociones, demasiadas patadas de ciego, la carga genética de todos los antepasados no podía dar para más. El vehículo se tenía que descarrilar al llegar a la curva, sin previo aviso. Cuando te toca te toca, que ni qué.